miércoles, 15 de mayo de 2013

El tanga de Claudia (en el año 2010)


Estábamos preparando los exámenes para las oposiciones de funcionarios. Claudia recién había sido llamada para cubrir una baja laboral. Mi jefe nos presentó con la intención de que la ayudara a estudiar,  ambos habíamos hecho las prácticas bajo su tutela, ella hacía tan solo cuatro años y yo quince, justo antes de decidir que mi futuro estaba en California. Mi repentina vuelta a Madrid sorprendió a todo el mundo, poco se podía hacer en aquellos momentos del inicio de la crisis.
La primera tarde de estudio se inició a las siete en su apartamento de una sola habitación y de cocina diminuta. Mi esposa se había quedado en casa al cuidado de los niños, aprovecha el tiempo, me dijo, con su mirada cómplice al despedirse de mí. Las dos horas pasaron rápidas, cada uno contando sus aventuras por el mundo, mientras la oía respirar escuchaba sus relatos intentando retener su mirada. Al llegar a casa, Misleidy se apresuró a preparar la mesa para la cena, con los niños ya en la cama nos daba juego para poder hablar de todo lo que quisiéramos. La cena transcurrió con mi detallada explicación  de las dos horas de estudio, Misleidy me preguntaba una y otra vez en espera de un inesperado relato excitante, pero lo único que pude decirle es que tan solo conseguí oler su perfume inocente y que me parecía a la vez estrecha y con ganas de jugar, si bien me había llamado la atención que al llegar a su apartamento me abriera la puerta con el cuerpo desnudo cubierta tan solo por un albornoz rosa, acabo de salir de la ducha, me dijo, siéntate tardo un minuto en vestirme.
Misleidy estaba convencida que Claudia quería que yo hablara con mi jefe para que la contratara de nuevo, durante los dos primeros meses de estudio había cambiado de trabajo. Parecía que algo de cierto había en toda aquella suposición, en las dos últimas citas para el estudio ella se me había insinuado a su manera, es decir, utilizando un diálogo corporal inconfundible lleno de posturas sensuales, acercamiento paulatino, roce de su muslo contra el mío, miradas fijas y huidizas, observaciones sobre mi pelo, mi ropa y lo bien que hacía las cosas, en otras palabras, ese diálogo de quien no quiere que le pregunten lo que desea hacer sino que quiere que le afloren indulgentemente sus fantasías íntimas. A esta sensual insinuación mayúscula, llena de rubor, le respondí que sería mejor idea que saliéramos los tres a cenar, ella, mi pareja y yo y que después de cenar saliéramos a bailar juntos. Misleidy te ensañará a bailar, le dije, mientras yo proseguía explicándole que mi esposa es latina y que lo lleva en la sangre. Basta verla como se mueve y como combina su color de piel tostado con la ropa ajustada que se pone cuando salimos, propia de una puta, le decía, fijándome, a su vez, en sus ojos acristalados, en su entumecía la mirada y en sus sonrojadas mejillas. Está bien caliente, pensé.
Dos semanas después de la última insinuación y tras repetirle lo bien que lo pasaríamos saliendo a bailar los tres juntos, conseguí que aceptara venir a casa a cenar. Quedamos para el siguiente viernes, teníamos siete días para preparar la cena y navegar en nuestra fantasía. Misleidy y yo no dejábamos de contarnos el uno al otro todo lo que queríamos que pasara. Decidió que el viernes dejaría a los niños en casa de su madre, así tendremos más libertad para hacer lo que nos venga en gana, me decía cada vez que hablábamos de ella y dejábamos volar nuestra imaginación.
Llegó por fin el viernes. Vienes por la tarde haciendo la compra metimos en la cesta vino blanco afrutado, champagne francés y el mejor ron del merado para hacer unos buenos cubatas y otros buenos mojitos. Una vez dejamos a los niños con mi suegra, llegamos a casa para preparar la noche. Mientras ella se arreglaba, depilaba el pubis y se ponía sus mejor ropa interior de encaje negro con medias, liguero, tanga y sujetador a juego, yo, ya duchado, preparaba la especial cena. Revisó las baterías de sus juguetes, limpió sus vibradores, ordenó los preservativos por colores y sabores. Tu nueva falda te queda muy corta, le dije, no crees que se alarmará al verte tan provocativa?, le pregunté, no en absoluto, me contestó Misleidy bajándose un buen centímetro la falda negra con lentejuelas estrecha y ajustada a sus femeninas caderas muy por encima de unos zapatos con extraordinarios tacones, sin dejar, claro está, de colocarse bien sus pechos dentro del sujetador  transparentado por la blusa blanca de encaje caída sobre su piel morena deliciosamente perfumada. Misleidy estaba especialmente sexy, su cuerpo transpiraba pasión.

Mientras yo terminaba de adornar el plato de jamón ibérico y la fuente de Bogavante, Misleidy recordaba todos los detalles de la cena que nos preparó Claudia en su apartamento una semana atrás. Cómo te miraba los labios y cómo miraba fijamente mis pechos, me decía susurrando, perfilándose los labios rojo carmín. Me la voy a comer todita yo sola, narraba con su boca entreabierta detrás de mi oreja, mientras acariciaba los bordes de mi espalda; si, le contesté yo, le gustará tanto como las caricias que le hice mientras tú te hacías la dormida en el sofá de su salón-comedor después de la cena que nos preparó y tras bebernos todo lo que pillamos en su despensa. Misleidy, le dije, lástima que no le bese la mejilla al mismo tiempo que le hablaba silenciosamente muy cerca su cuello, tal como ella decía que hiciera para que no te despertara. Aunque, con toda seguridad ella debía haberse dado cuenta  que estabas mirando lo que hacíamos, le dije a Misleidy, mientras le permitías hacerme  creer que ella pensaba que dormías. Así concluí encendido y ardiente de deseo con mi pene erecto lubricándose y queriendo ser acariciado por los labios de nuestra especial amiga junto con los de mi querida y ardiente Misleidy.
Llaman al telefonillo, nos apresuramos, Misleidy se dirige al recibidor y yo a la cocina. Llaman a la puerta, cómo vendrá vestida?, me preguntaba con voz sensual Misleidy de camino a la puerta. Misleidy abrió la puerta, hola, Claudia, pasa, estás en tu casa. Hola Misleidy, gracias, aquí tienes un pequeño obsequio. Oía sus voces desde la cocina, el corazón me latía con fuerza mientras sonaban sus tacones en el recibidor, los de cada una con un sonido distinto. Hola Claudia, cómo estás?, gracias por venir, le dije mientras la besaba las dos mejillas oliendo el delicioso perfume que surgía de entre su pelo. Hola Alfonso, me dijo, estáis los dos muy guapos, echando, al mismo tiempo, una mirada descontrolada, de arriba abajo, a Misleidy. Tu sí que estás guapa con esta blusa roja que llevas Claudia, le contestó titubeante Misleidy pasándole el dorso de su mano izquierda por encima de la espalada y mirándole, sin rubor y sin querer evitarlo, el escote inusual en ella que lucía su cuerpo de novicia.


Les serví un aperitivo en el salón, mientras ellas no dejaban de hablar y contarse cosas yo las miraba por la rendija, escondido detrás de la puerta del salón observando todos sus movimientos, expresiones y miradas buscando una señal que nos delatara si Claudia nos estaba diciendo, a su manera, que quería jugar con nosotros, en definitiva, averiguar si nos estaba provocando con su forma inmadura de ser, con sus apariencia de chica estrecha de provincias y con el escote sobresaliendo de su bonita blusa roja.
Después de la cena, vino blanco y champagne francés, y después de numerosos intentos de hablar de sexo, de tríos o de fantasías femeninas nos fuimos a sentar al salón, Misleidy en el sofá azul del salón y Claudia y yo en el sofá blanco, perpendicular al azul. Claudia se sentó en el borde cerca del de Misleidy y yo al otro lado de Claudia. Nos servimos unas copas, charlamos, escuchamos música y nos pusimos a escuchar lo que Claudia nos contaba de sus gustos, de su perfecta manera de ser, de lo poco que practicaba el sexo y de lo seria que ella era en estas cosas. Sorprendido por lo que oía, mientras me acercaba ligeramente a su cuerpo, empecé a acariciarle con los dedos de mi mano izquierda la zona periférica a su oreja derecha y a besarle la parte exterior de su cuello estilizado, mientras tanto, Misleidy con ojos bien abiertos nos observaba enrojecida y sonreía prestando especial atención a lo que ocurría.
Claudia seguía hablando como si no pasara nada, durante su monólogo empezó a acariciar suavemente los lomos de mis piernas insistiendo en que el sexo no lo hacía con cualquiera. En silencio pasé de besar su cuello a acariciar su brazos desnudos con mucha delicadeza y ternura, de allí pasé a besar sus manos y sus dedos, pero Claudia seguía hablando de lo suyo con una sonrisa natural y mirándonos a los dos mientras Misleidy, atenta a nuestros movimientos y expresiones, sin decir nada dejaba sonar su respiración profunda con una excitada mueca en sus labios carnosos.




 Claudia no cesaba de hablar. Misleidy irrumpió el monólogo levantándose, perdonar voy al lavado, portaos bien, sobre todo tu Alfonso, decía haciendo sonar sus tacones por todo el salón meciendo sus nalgas. Claudia se incorporó e inmersa en una especie de irritación me dijo inexpresiva y con la boca casi cerrada, pero qué haces?, no ves que se puede enfadar. Enfadar?, le dije, todo lo contrario a Misleidy le encanta todo esto. Le gusta?, me preguntó Claudia, claro que sí, le contesté, le encanta como a todas las chicas. Claro, claro, exclamó Claudia, dirigiendo su mirada al contorno de mis labios y dejándome besar los suyos con verdadero sabor a deseo, sin duda, besando ella más que yo iba introduciendo su dedo índice en mi boca poniendo mi lengua húmeda junto a la suya. Al instante, entró despacio Misleidy sin casi sonar sus tacones, Claudia siguió besándome esperando alguna reacción de mi mujer.  Veo que lo pasáis bien, dijo Misleidy, si, le contesté yo, reclinándome en el sofá y dejando los labios de Claudia libres a la vista de ambos mientras acariciaba de nuevo su brazo derecho. El ambiente estaba repleto de una densa excitación, ninguna de ellas se atrevía a dar el primer paso. De suerte que empezó a sonar salsa latina, sin pensarlo dos veces lo utilicé como pretexto para coger la mano derecha de ambas invitándolas a bailar conmigo. El baile empezó y Misleidy, bailarina soberbia, tomo el mando de la situación cogiendo a Claudia por la cintura mientras le enseñaba a bailar, estuvieron bailando y riendo hasta que sus labios se cruzaron y empezaron a besarse acariciando, al mismo tiempo, el dorso de sus cuerpos.
Se fundían en besos, afloraba la experiencia de Misleidy, mientras dejaba, complacida, que Claudia flotara en su placer con los ojos cerrados pero con el sentir de su cuerpo abierto de par en par. Claudia siguió con sus abrazos rodeando el cuerpo de Misleidy, acariciándole las nalgas y regalándole besos por encima de sus hombres. Yo abandoné unos minutos el salón, fui al lavabo. Cuando volví las encontré abrazadas en el sofá blanco, sentadas, estaba Misleidy chupando los pezones de Claudia. Todo aquello coincidía con la mejor de las fantasías posible, mi pene estaba especialmente duro y muy lubricado, incluso sentía mi bóxer humedecido. Ellas, con los pechos fuera por encima de sus sujetadores, seguían chupeteándose la una a otra las areolas hinchadas con su pezones erectos, jugando la una con legua de la otra, jadeando, acariciándose las piernas suspiraban tocándose la ropa íntima, palpando y besando sus tersas nalgas totalmente descubiertas.
De pronto Claudia se incorporó, se llevó la mano al corazón y nos dijo, tengo tremenda taquicardia. No te preocupes esto es porque estas muy excitada, nos corremos juntas y se te pasará, le dijo Misleidy, no, no, nada de esto, es el alcohol que me sienta mal, exclamó Claudia. El alcohol?, pregunté extrañado, son las dos de la mañana llevamos bebiendo desde las nueve de la noche y ahora piensas que te ha sentado mal lo que has bebido?, si, así es, respondió Claudia, y te pido por favor que llames a un taxi, tengo que irme, dijo toda nerviosa sollozando. Así lo hice, llamé a un taxi./Durante el tiempo que estuvimos esperando al taxi Misleidy le dio un buen masaje en la espalda. Claudia ya más tranquila se extendió en disculpas y ruegos, me voy muy caliente, dijo mirando al silencio, eso parece, le contesto Misleidy. Llegó el taxi, sonó el telefonillo, Claudia de pie en el recibidor abrazada a Misleidy seguía en su mar de dudas, finalmente, tras un beso apasionado nos despedimos los tres y nunca más volvimos a juntarnos.


Una vez cerrada la puerta de la calle tras dejar de oír el taconeo de sus zapatos se cerró la puerta del ascensor, entramos en el salón en silencio. Mira, mira Alfonso, se dirigió Claudia hacia la mesita del comedor entre los dos sofás justo debajo de la lámpara de mesa, no es esto una braguita?, preguntó, cogiéndola con la mano derecha, más bien un tanga, contesté. Mío no es, yo lo llevo puesto todavía, exclamo Misleidy acariciándose con él la mejilla. Claudia, después del masaje que le dio Misleidy, al vestirse sola en el salón había decidido dejarnos un recuerdo de su complicado mundo sexual, su tanga mojado de placer. Nosotros terminamos bien la noche, juntos revivimos todo lo que había pasado aquella noche con nuestra amiga Claudia.

Lo cierto es que seguimos guardando el tanga de Claudia, hemos recordado muchas veces aquella historia y nos hemos corrido a gusto pensando en ella.
(Autor/a: el nombre de la otra chica es ficticio) (reservados todos los derechos)